Hay un período mágico cuando los hijos se hacen responsables por sus propias acciones. Hay un momento maravilloso, cuando los padres nos convertimos sólo en espectadores, en la vida de nuestros hijos, nos alzamos de hombros y decimos: Cuando contaba con 20 años, estaba en el pasillo de un hospital esperando a que los doctores pusieran unos puntos en la cabeza de mi hijo y pregunté: Mi papá apenas sonrió y no dijo nada. Cuando contaba con 30 años, me senté en una pequeña silla en la clase y escuchaba como uno de mis hijos hablaba incesantemente interrumpiendo la clase y moviéndose continuamente. Casi como que me hubiera leído la mente, la maestra me dijo: Mi papá apenas sonrió y no dijo nada. Cuando contaba con 40 años, me pasaba la vida esperando que el teléfono sonara… Que los autos llegaran a casa… Mi papá apenas sonrió y no dijo nada. Ya en mis 50 años, estaba cansado y harto de ser vulnerable. Mi papá apenas sonrió y no dijo nada. Yo continué angustiándome con sus fracasos, apenándome por sus tristezas y absorbido en sus decepciones. Mis amigos me decían que cuando mis hijos se casaran, iba a poder dejar de preocuparme y llevar mi propia vida. Un día uno de mis hijos se irritó conmigo. Me dijo: Y yo solo me sonreí y no dije nada. ¡¡¡La antorcha había sido entregada!!! |