Un emperador estaba por salir de su palacio para dar un paseo matutino, cuando, a las puertas del mismo, se encuentra con un mendigo. Suponiendo el pedido de una limosna, le preguntó: - ¿Qué quieres? El mendigo lo miró y le dijo: El emperador le respondió: Y el mendigo le dijo: El emperador, comenzando a molestarse, insistió: El mendigo le dijo: Por supuesto -dijo el emperador. Y Llamó a uno de sus servidores y le dijo: El servidor lo hizo... y el dinero, apenas ingresado a la bolsa desapareció. Echó más y más, y el mismo desaparecía al instante. La bolsa del mendigo, por lo tanto, siempre estaba vacía. El rumor de esta escena corrió rápidamente por toda la ciudad y entonces una gran multitud se reunió en el lugar, poniendo en juego el prestigio del emperador. Entonces el emperador le dijo a sus servidores: Diamantes, perlas, esmeraldas... Uno a uno los tesoros del emperador iban ingresando en la bolsa, la cual no parecía tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía inmediatamente. Era el atardecer y habiendo quedado el emperador ya sin ninguna cosa que colocar en la bolsa del mendigo (habiendo llegado incluso a desprenderse de joyas que habían pertenecido a su familia por siglos), se tiró a los pies del mendigo y, admitiendo su derrota, le dijo: - Has ganado tú, pero antes que te vayas, satisface mi curiosidad, ¿cuál es el secreto de tu bolsa? El mendigo le dijo: Moraleja: Así es como va la mayoría de la gente por la vida; de un deseo en otro, convertida en mendigos con bolsas que jamás parecen poderse llenar. Cuando se lo alcanza, un nuevo deseo se hace necesario, olvidando el deseo anterior que tanto se buscó. Colaboración de Luis Garcia. |