En enero pasado reparamos la cerca del Potrero. (La tierra descansa en el invierno, pero nosotros no.) Sobró un rollo de alambre de púas, y lo dejamos en el granero, fijo con una estaca a la pared. Cuando llegó la primavera una pareja de chileros hizo su nido en el interior de aquel rollo de alambre. No detuvo a las grises avecillas la dureza y frialdad del metal; no las asustó lo feroz y erizado de las púas: con briznas de hierba seca y con plumitas formaron ahí su propio mundo, tibio y suave, y en él perpetuaron su pequeña vida. Yo encuentro una lección en ese cuadro que bien pudo haber sido una acuarela de Andrew Wyeth: aún en las adversidades puede la vida continuar; aún en medio de los más grandes sufrimientos puede florecer el milagro del amor. Colaboración de Mario Pablo Vásquez de México, D.F. |