Había una vez un príncipe de una tierra muy lejana al que le habían prometido que se iba a convertir en rey si completaba una misión especial. Tenía que viajar a un lugar muy alejado de su hogar para enfrentar a una terrible bestia que protegía una perla de mucho valor en el fondo del océano. Si vencía a la bestia y llevaba la perla de regreso a su hogar, entonces sería coronado rey. El Príncipe emprendió su viaje. Tardó cuarenta días y cuarenta noches en llegar a su destino. Cansado después de semejante empresa, se fue a un pub cerca del Puerto de la ciudad. Allí bebió cerveza y los pescadores locales comenzaron a hablar con él. Le ofrecieron trabajo y un lugar para dormir. Él aceptó la oferta. Se vistió como la gente del pueblo, comió su comida y encontró atractivas a las mujeres del lugar. Al poco tiempo ya no se le podía distinguir de los pescadores y había olvidado todo acerca de la búsqueda de la perla. Mientras tanto, los padres del príncipe comenzaron a preocuparse porque había pasado mucho tiempo y no había recibido noticia alguna de su hijo. Fue entonces cuando decidieron enviarle una paloma mensajera para recordarle el verdadero propósito de su viaje. La paloma voló hasta la taberna donde el príncipe estaba bebiendo cerveza con un amigo. Solo el príncipe pudo ver la paloma aunque esta entró volando por una ventana abierta y se posó sobre su hombro. El mensaje de la paloma llegó hasta el corazón del príncipe y este empezó a recordar cuál era su misión y quien era él. Inmediatamente, el Príncipe salió de la taberna y se zambulló en el mar. Nadó profundo y más profundo hasta que se encontró con la bestia. La bestia era la personificación de todos sus temores, complejos y pensamientos negativos. Al principio se asustó, pero luego se dio cuenta de que la bestia no era real, sino el espejo de su propia mente. El tenía que enfrentarse a sí mismo. Debía de tratar de entender la naturaleza de la bestia y su propia psiquis. Al darse cuenta de que el príncipe no tenía miedo, la bestia se movió a un lado. Entonces el príncipe siguió nadando hasta el fondo del océano en donde encontró una ostra gigante. La abrió y tomó la perla más grande que jamás hubiese visto. Esa perla era su alma. Con Ella pudo retornar sano y salvo a su reino y se convirtió en un rey sabio y compasivo. |