Armando Fuentes Aguirre: En la umbría soledad de aquella vieja iglesia gótica sólo se oía el péndulo del sonoro reloj al lado del altar. Atraído quizá por ese único ruido me acerqué y puse la mirada en la carátula, ornada por historiados números romanos. Ahí, inscritas en caracteres latinos, leí dos palabras que me sobrecogieron: "Ultima, forsam". "La última, quizá". Oscura voz del tiempo, tremenda voz de eternidad, el reloj decía a quien en él buscara la hora que la que estaba viendo era quizá la última que le quedaba por vivir. ¿Puede alguien decir con certeza que le queda más? La gran ciudad había despertado con el orgullo de su grandeza de monstruo, con su fuerza. Se oyó de pronto un fragor igual que el de mil cañones disparados en las entrañas de la tierra. El suelo se sacudió como azotado por una tormenta subterránea. Y la obra de los hombres, la pequeña obra de los hombres, se vino abajo. Todo fue destrucción y sombra, y muerte. El que antes vivía ahora estaba muerto. El que tenía ya no tenía nada. Vendrá el tiempo y lo cubrirá todo: el dolor y el heroísmo, la mezquindad de los unos y la solidaridad de los más, el sufrimiento. La vida volverá a ser la misma de todos los días en la implacable rutina de la enorme ciudad. Y los hombres que conocieron la grandeza de su pequeñez, volverán a la pequeñez de su inventada grandeza y nadie pensará que la hora que vive es la última quizá. Colaboración de Jorge López Rosas de México. D.F. |
Ahorrando vida. | ¿Quién muere?
2 de noviembre, Día de muertos
Pensamientos para cada ocasión