1) Toda mujer que se respete tiene la estricta obligación de tener un amante; de preferencia un amante adolescente, un joven al que le abra las puertas del amor. 2) Es común toparse con mujeres maduras llenas de vida, colmadas de encanto y gracia, de inteligencia y misterio, absolutamente desperdiciadas en el plano sexual: casadas con un hombre ocupado un ciento por ciento en su trabajo; un hombre que las ignora, que ni caso les hace. Que se duerme vuelto hacia el lado opuesto de su esposa, luego de hojear una revista o el periódico, o ver la televisión hasta el cansancio. 3) Una diosa merece tener a su lado multitud de esclavos, de criados que le besen los pies. Una diosa es cualquier mujer; aun la mujer menos agraciada posee las virtudes mínimas para cautivar a un joven, a un muchacho que sueñe con tener en sus brazos a un ser amoroso que lo comprenda y lo inicie por el sendero amoroso. 4) En eso es en lo único que piensan los jóvenes: en amar y ser amados. El espíritu de cada muchacho está poseído de un volcán en constante erupción. Por eso los jóvenes explotan en el momento más inesperado. No se la acaban porque dentro de su ser arde un fuego inextinguible. Quieren amar a todas las mujeres, porque ellos saben, aun en su inexperiencia, que todas las mujeres merecen ser amadas. Distinguen la belleza donde los hombres pusilánimes no distinguen más que fiambres. Estos jóvenes andan sueltos en la calle, en los cafés, en las paradas de los camiones. Y basta con una sonrisa para convencerlos del acto amoroso. Nunca traen dinero en la bolsa pero aman lo mismo en la parte trasera del automóvil que en el atrio de una iglesia, en el elevador que en los camerinos de una sala de conciertos. Son arrojados, imprudentes. Hacen cosas que aquella mujer ni se imaginaba que existían: beben el trago de su zapato de tacón, se comen la media derecha, le lamen el hombro cuando el marido está a unos pasos. 5) Una mujer madura no tiene porque sufrir soledad, abandono. Petrarca nunca podrá sustituir el cuerpo de un hombre vigoroso. 6) La mujer es cauta; aunque vea a un hombre joven dispuesto no va a correr a los brazos de él. Antepondrá pretextos: "Es un niño, para qué me meto en problemas", "Me gusta, pero no, casi tiene la edad de mi hijo", "Y qué tal si mi marido me cacha, mejor no, para qué corro riesgos", y cosas así. Pero aun el joven más impulsivo e imprevisible se puede educar. Basta con enseñarle lo que se va a comer para que se controle, para que no abra la boca. Basta un beso, uno solo, para que ese joven se esté en paz. Así se le educa. Así se le enseña el difícil arte de la discreción. 7) Todo joven es un guerrero. Todo joven se arroja al paso de un tráiler si la mujer que ama se lo pide. Y si no lo hace, es un baboso que no vale la pena. 8) Toda mujer madura es una diosa. La poesía, la música más hermosa, los cuartetos de Schubert que es el príncipe del cuarteto, las sinfonías de Haydn, los tríos de Beethoven, los quintetos de Mozart, las sonatas de Chopin, los intermezzi de Brahms y no se diga los Capricci de Paganini, las canciones sin palabras de Mendelssohn, las fantasías de Schumann, el arte todo ha sido hecho para halagar a la mujer madura. No a la jovencita cuyo cutis semeja la piel de un durazno. Esa mujer la jovencita no vuelve loco a un hombre; lo vuelve dócil. 9) Una mujer madura en la vida de un hombre joven es un acto que se premia con la entrega absoluta. Porque ningún joven se merece una mujer así. Esas mujeres no se tocan. Son sagradas. Que pertenezcan a otro hombre es lo de menos. No hay hombre casado con una mujer de esta naturaleza que se la crea. Sabe que está casado con quien no debió casarse. Sabe que le ha tocado condimentar el platillo que será para otro. Alguien que tenga lo que él ha perdido hace mucho, y que en lengua vallejana se denomina pasión. 10) Todo joven sale a la calle con la ilusión de que una mujer madura lo invite a hacer el amor. De que una mujer hermosa, de amplio criterio, sin esos prejuicios que tan vertiginosamente conducen a la desdicha, le haga una seña y lo ame, y se lo coma y lo disfrute como se paladea un manjar. Sólo de esa manera un hombre se foguea. Porque aquella mujer habrá de dejarlo tarde o temprano. Y justo ahí es donde radica la verdadera sabiduría femenina: en preparar a ese joven para enfrentar la adversidad. 11) Para la mujer madura no significa gran cosa preparar el escenario amoroso. Convencer al marido de que viaje, de que unas vacaciones de un fin de semana les vendría bien a ambos, de que la relación merece un estímulo, etcétera/etcétera. Encargar a los hijos con la suegra o con la madre es lo de menos, y marcar el teléfono otro tanto. Siempre estará aquel joven del otro lado del auricular. Siempre acudirá. No en balde está acostumbrado a trepar paredes, a caminar sigilosamente, a pasar inadvertido. En fin, que los dos se lo merecen. 12) ¿Qué edad podría tener este joven? ¿20 años?, no, es ya un anciano; ¿18?, no, se va a pasar de lanza; ¿17?, sí; ¿15?, mejor. Eso es: la edad para descubrir el amor, para amar y amar y amar a una mujer, tres veces, cuatro veces, cinco veces seguidas, en fin las veces que ella lo disponga, la veces que ella quiera, a su gusto. 13) Todo joven merece ser acariciado. Todo joven es un dios. Por eso los jóvenes son arrogantes, majaderos, porque se saben dueños del mundo. Y por eso mismo las corrientes políticas hacen lo imposible por ganárselos. Porque se arrojan donde olfatean peligro o cuando menos aventura. En ningún otro ser como en un joven coexisten categorías opuestas. No hay en ellos nada que apreciar más que su juventud. Si encima aquel joven es inteligente, fino, solícito o de buen corazón, ya es ganancia. Una mujer madura se encarga de moldear aquel carácter, de darle forma como un compositor le da forma a una idea musical, por más burda que ésta parezca a primera vista. 14) Qué mayor placer para una mujer madura que dejarse acariciar por dos manos trémulas, de un joven en las puertas de la vida. Dios se lo va a premiar. A ella. Porque también es un acto de bondad. |