"Máscara de actor", significa persona, en latín, señalando como en la sociedad el individuo interpreta un papel, se pone una máscara y actúa. La máscara, ya era usada, por los griegos para el teatro representando con cada careta un personaje distinto, una "persona". Máscara y representación van íntimamente unidas a lo largo de la historia. La máscara se asocia íntimamente con los Carnavales, donde paradójicamente uno se quita la máscara que usa habitualmente para colocarse otra con la que se siente acaso más identificado. El cambio de máscara simboliza la transformación de las relaciones sociales, un cambio de papeles que era mucho más acusado en las Saturnales romanas, las fiestas de donde procede nuestro Carnaval. Durante siete días los esclavos podían insultar a sus amos y emborracharse, se sentaban a la mesa y eran servidos por sus amos, y toda la servidumbre representaba una parodia del gobierno romano, dictando leyes y órdenes absurdas. Era un auténtico "mundo al revés". Pero las Saturnales, como los Carnavales que derivaron de ellas, no dejaban de ser fiestas para mantener el orden. Un breve lapso de trasgresión de las normas permitía que el pueblo, ya desahogado, las siguiera cumpliendo el resto del año. Ese es el sentido del Carnaval. Actualmente es también necesario prevenirse de la peor peste que puede devastar a nuestra sociedad, la decadencia de la norma ética. La del "todo vale" para que la mayor cantidad de dinero pase a la cartera o la cuenta corriente propia. Se ha creado un tal convencimiento de que el dinero es el único valor, que lo puede todo, y, que es lo que hay que conseguir rápidamente y en fabulosas proporciones y han surgido por doquier oportunistas y vividores, que están haciendo verdaderos estragos. El culto al dinero hace que estos oportunistas sean capaces de convertir su tremendo rostro en su propia careta. Como aquel oficial de la fábula que cuenta Herodoto, que para tomar la plaza que resistía heroicamente y ser acreedor de la recompensa prometida de ser nombrado mariscal de campo y casarse con la hermosa hija del Basileo, que en griego es el rey, se le ocurre una argucia monstruosa: Se mutila el rostro, se arranca orejas, nariz y labios, y de esta guisa convertida la faz en una masa informe y sanguinolenta, comparece ante las puertas de la ciudadela sitiada, diciendo que sus compatriotas le han desfigurado de aquella forma inhumana por querer pasarse al enemigo. Como la prueba de lo que declara no puede ser más convincente se le recibe como un amigo, y, una vez dentro, a favor de la noche, abre las puertas a los sitiadores. ¿No se habrán mutilado los oportunistas también sus fisonomías para hacerse admisibles a los ciudadanos honrados? El oficial de la fábula antigua, tiene que cubrir su destrozado rostro con una careta de cuero para no horrorizar a sus compañeros de armas, y sobre todo, a la hija del Basileo. ¿No necesitan también algunas almas tapar con cueros sus desfiguraciones? |