Fue hace alrededor de tres años, tenía una novia a la que quise mucho, desde que empezamos habíamos hablado de llevar una relación de entrega total, de sinceridad absoluta. Y así había sido, pero faltaba todavía la prueba más grande de amor y de entrega. Se llama Ana. Cuando estábamos juntos el tiempo parecía no pasar, y la despedida era algo que no deseábamos, el amor que compartíamos no era solo sentimiento, era sacrificio, renuncia por el otro. Era amor de verdad amor en la extensión de su palabra. La relación obviamente empezó poco a poco, al principio era la emoción de vernos, el simple tomarse la mano o darse un abrazo era algo padrísimo. Pero el tiempo pasaba y así como nos contábamos más cosas, también nos mostrábamos más nuestro amor físicamente. De los abrazos pasamos a las caricias y de las caricias, pronto se dieron los besos. Y que tiene de malo éramos novios y nos queríamos. Y por fin después de un tiempo, esos besos nos llevaron a ese momento que tantas parejas esperan ¿por qué no tener relaciones? y, ¿por qué no? Nos queremos, confiamos en el otro al cien por ciento, y queremos demostrárnoslo. Eso es lo que pensábamos, y lo que muchos piensan cuando están en ese momento. Y la verdad, ese momento fue muy grande, fue para mí una de las mejores decisiones de mi vida estando ahí, en ese momento en el que nos lo cuestionamos y decirnos: Porque te amo, NO. Qué gran felicidad fue esa para los dos. No en ese momento si no hasta que realmente comprendimos la trascendencia de nuestra decisión. Parece tonto, pero fue ahí donde entendí el significado del verdadero amor, de la verdadera entrega y olvido de sí. Lo que significa pensar en el bien del otro. El decidir esperar, el respetar ese gran regalo de la virginidad y guardarlo para el momento adecuado, para ese día que nos juráramos amor eterno, no tuvo precio. Y ¿saben por qué? Porque hoy que ya no andamos, la veo a los ojos y puedo saber que ese regalo, no se lo quité a aquel que va a ser su esposo. |