Fuertes reclamos ha lanzado el Papa Francisco no sólo a la sociedad sino a la Iglesia misma para que no nos esclavicemos ni nos postremos ante el ídolo de la riqueza. "Hemos creado nuevos ídolos. La antigua veneración del becerro de oro ha tomado una nueva y desalmada forma en el culto al dinero y la dictadura de la economía, que no tiene rostro y carece de una verdadera meta humana", señaló ante los líderes financieros. El dinero tiene que servir, no gobernar. La crisis económica ha creado temor y desesperación, disminuyó el goce de la vida e incrementó la violencia y la pobreza. Mientras más personas tienen problemas para subsistir y lo hacen en condiciones indignas, se ha establecido una nueva, invisible y, en ocasiones, virtual tiranía, una que unilateral e irremediablemente impone sus propias leyes y en muchos casos, el valor de las personas es juzgado por su capacidad de consumo. Cuando hay crisis financiera se despierta la alarma y los gobiernos se prestan a rescatar las instituciones económicas, pero cuando a diario miles de personas fallecen de hambre y viven en la miseria, podemos dormir tranquilos, con la conciencia "adormilada". Las graves palabras de Jesús siguen resonando hoy más que nunca: "Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea". En su visita a la favela de Río de Janeiro, el Papa insistía en que la riqueza no está en las cosas sino en el corazón, y resaltaba la necesidad de un trabajo serio en búsqueda de la verdadera justicia: "Ningún esfuerzo de "pacificación" será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella". "Sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quién está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza". Jesús no invita al conformismo pero puede ocurrir que cuando tengamos lo justo, lo que nos corresponde como hijos y hermanos, ambicionemos más. Esta codicia nunca nos permitirá ya descansar. Es muy difícil ya decirse a uno mismo: "Hombre, tienes muchas cosas guardadas para muchos años, descansa, come, bebe, pásala bien". Normalmente, no hay quien pare ya el dinamismo de la codicia. Enriquecerse en Dios es vivir como Jesús: vivir confiados en las manos del Padre, buscar el Reino como lo principal, lo demás vendrá por añadidura. Enriquecerse en Dios es amasar una única fortuna: la del amor, la de las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos. ¿Cuál es mi actitud frente al dinero? ¿Soy esclavo de riquezas y de las posesiones? ¿Qué podemos hacer para transformar las estructuras injustas? Palabras del Papa Francisco. Fuente: Catholic.net |