Flota la luna en el gran charco de la noche, como una flor caída, y canta el grillo su pertinaz canción. Llueven todas las lluvias de la lluvia; todo el paisaje se disuelve en agua, y se oye siempre el serrucho del porfiado grillo. Sopla el viento del sur, tibio con el recuerdo de lejanas selvas, y canta el grillo, canta... Luego llegan del norte las ráfagas primeras del invierno y el grillo sigue diciendo su monótona recitación. Este mínimo chantre es mi maestro. Apunto en mi cuaderno su enseñanza: la vida nunca deja de cantar; tú nunca dejes de escuchar su canto, y añade a él tu propia canción, aunque sea humilde y pequeña como la del grillo. Colaboración de Mario Pablo Vazquez. |